Por motivos de trabajo, buceo en la historia antigua y también en la reciente de esta tierra extremeña. Hacerlo es conmoverse, llorar. Afortunadamente coincidimos con personas extraordinariamente preparadas, cada una en su campo de investigación o afición, y su cooperación y nuestra ansia de llegar mitiga la sensación de abandono, de indolencia, de pretender curas heridas de ausencia.
En el último medio siglo, por fijar una fecha reciente, han sucedido dramas enormes, cuyo olvido a casi nadie consuela. La catástrofe de la Presa de Torrejón, al menos setenta obreros muertos o desaparecidos, se encamina a su cincuenta aniversario entre el silencio casi absoluto que provocan los miles de millones de kilovatios/ día. También, en junio de este mismo año, se cumplirán cuarenta de otro drama íntimo que afectó y aún afecta a todo un pueblo, vivo desde Tartessos. El accidente de tráfico que costó la vida a veinte jóvenes de Aliseda, que viajaban en un autobús desde Herreruela tras jugar un partido de fútbol. Como en el filme de Atom Egoyan, en la novela de Russell Banks, con ellos partió un dulce porvenir cuya pérdida afectó a centenares de personas en una tierra a la que nada parece afectarle más allá de su inconmovible aspiración de supervivencia.