Mes: noviembre 2006

MUERTE POR MAYORIA


¿Pues no va y se suicida?. ¡Joven insensato!. Juan Pablo Rebella, co-director de «Whisky», se mató el julio pasado en su casa. Una de dos: o era él o son los hombres los que viven en el error. Si ha de ser la mayoría quien decida la cuestión, comienza a no extrañarme su decisión. Lástima. Al menos nos queda su estática y revolucionaria película sobre calcetines

DESENLACE

Si no fuera porque hice colocado
el camino de tu espera
me habría desconectado;
condenado
a mirarte desde fuera
y dejar que te tocara el sol.
Y si fuera
mi vida una escalera
me la he pasado entera
buscando el siguiente escalón,
convencido
que estás en el tejado
esperando a ver si llego yo.
Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás
por donde te vi marchar
como una regadera que la hierba hace que vuelva a brotar
y ahora es todo campo ya.
Sus soldados
son flores de madera
y mi ejército no tiene
bandera, es sólo un corazón
condenado
a vivir entre maleza
sembrando flores de algodón.
Si me espera
la muerte traicionera
y antes de repartirme
del todo, me veo en un cajón,
que me entierren
con la picha por fuera
pa que se la coma un ratón.
Y muere a todas horas gente dentro de mi televisor ;
quiero oír alguna canción
que no hable de sandeces y que diga que no sobra el amor
y que empiece en sí y no en no.
Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás
por donde te vi marchar
como una regadera que la hierba hace que vuelva a brotar
y ahora es todo campo ya.
Dices que a veces no comprendes qué dice mi voz .
-¿Cómo quieres que esté dentro de tu ombligo?-
Si entre los dedos se me escapa volando una flor
y ella solita va marcando el camino.
Dices que a veces no comprendes qué dice mi voz
¿Cómo quieres que yo sepa lo que digo?
Si entre los dedos se me escapa volando una flor
y yo la dejo que me marque el camino.

Robe Iniesta / Iñaki Antón «La vereda de la puerta de atrás»

«…Pero déjame llegar por fin al punto que, desgraciadamente, por mucho que me esfuerce, no puedo dejar de lado: ¡a mi declaración de amor!» (De «Las vigilias de Buenaventura»)

SABOTAJE

Agapito, tipógrafo. Encarcelado en el año 1936 en el cortijo «Los Arenales», cercano a Cáceres, convertido hoy en día en un «spa». Los muros con las inscripciones y mensajes de los presos que se conservaron hasta el año 2002 fueron derribados. Acusado de participar en un sabotaje a un tren de municiones que se dirigía a Mérida, fue liberado un año después al parecer por la intercesión bien de un familiar (alto cargo de la Guardia Civil), bien de su patrón, que le necesitaría en la imprenta. Murió 22 años después rodeado de sus cuatro hijos y su esposa, que le hubieran perdido de haber sufrido el mismo destino que algunos de sus compañeros de improvisada prisión, como el alcalde Canales. Esas dos décadas de resignación y resistencia son un misterio envuelto aún hoy en silencio.La primavera yacía muerta como un dulce sueño en montes y campiñas. Para sí quisiera yo un solo sueño, una sola tarde, como los que ellos tuvieron. Así sabría que significa sentirse vivo, con una responsabilidad. Dejaron huella, pero no su memoria, con la que hoy se comercia porque ya apenas nadie la conserva.

PULMONIA


José, yuntero. Muerto en 1928, a los 27 años, de una pulmonía de la que no curó, tras un chaparrón que le cogió segando tierra ajena. Hacía algún tiempo que había vuelto de la guerra de África. Su viuda, Catalina, con dos hijas de dos y un año, sobrevivió y crió a su familia como segadora y lavando ropa en las fuentes de su ciudad. Parece mentira como hemos prosperado desde entonces. Aunque solo el azar nos ha traído hasta aquí.

AVISO PARA NAVEGANTES


A partir de este fin de semana «El lince con botas» se emitirá solo los domingos a las 23’30 h. Inicia esta nueva disposición la emisión de…»De cháchara con Sínkope». Se admite así por Canal Extremadura TV nuestro argumento acerca de que no había que eliminar contenidos de este episodio -cuya censura se exigió por escrito- sino emitirlo en la franja horaria adecuada. Sendas decisiones concretan con no poco sarcasmo una cristalina estrategia de la televisión pública extremeña para escudar la despedida de Libre Producciones del tráfico televisivo y lo que podamos significar para mal o para bien. El fin es desactivar nuestras críticas por la censura de éste y otros episodios, mientras se aseguran poder lucir ante su Consejo de Administración que el programa, de una forma u otra, permanece: A partir de ahora, con la nueva periodicidad de uno por semana, tendrán posibilidad de emitir capítulos durante todo el 2007 realizados para esta primera temporada, manteniendo «El lince con botas» en parrilla de forma testimonial mientras nosotros no trabajamos, si no asumimos nuevas condiciones que aún desconocemos en su versión escrita. Táctica y estrategia, achique de campo, asfixia del rival. No vales nada. Bravo por Extremadura. Bienvenidos al mundo real.
El hecho es que varían de nuevo la emisión y suspenden la periodicidad dejando, por ejemplo, en el aire la continuación del capítulo «La cueva de Santa Ana», cuya segunda parte -de tres- se emitió el pasado domingo día 26. Esta es una muestra más del respeto por la audiencia -ya de la propia serie o del trabajo de nuestra gente ni hablamos- que tiene una televisión pública a la que no parece haberle sentado bien nuestra actitud de no ponernos de rodillas ante su prepotencia y sus exigencias, ni nuestra postura en favor del cumplimiento de los objetivos y principios de programación que están en su razón de ser. Esto, a la espera del nuevo documento que nos hagan llegar, tiene toda la pinta de un telón, que nos resulta del todo familiar, mal que nos pese. Ellos ganan. Nosotros perdemos. Aviso para navegantes. Nosotros nos vamos. Otros vendrán.

¡QUE LASTIMA, PERO ADIOS!…ME DESPIDO DE TI Y ME VOY…

El título viene a cuento: Canal Extremadura TV ha decidido no renovar el contrato suscrito con Libre Producciones para la co-producción de «El lince con botas», que expiraba el 31 de diciembre…aunque dejan al fondo del túnel una luz oscilante como coartada: negociemos nuevas condiciones. ¿Sabe alguien si los pajaritos resisten al grisú?.

BASCULANDO


Poco a poco, la balanza se va inclinando en favor de la resistencia…Se palpa en el ambiente. La Plataforma Ciudadana Refinería No, el mayor movimiento social en Extremadura desde las decenas de miles de yunteros que ocuparon las tierras en el 36, encamina el sentido común hacia la victoria, haciendo germinar a su paso una movilización inaudita, sencilla, minoritaria, pero que cala. Si de una sola cosa me pudiera sentir orgulloso elegiría el ser extremeño y verlo para contarlo. Parafraseando a la CNN («Está pasando. Lo estás viendo»): No lo estás viendo, pero está pasando. Mientras unos piensan y escriben que antes de la autonomía solo hubo vergüenza y humillación, otros obtienen la fuerza de recordar todo lo que aquellos ignoran: cómo sus antepasados («La resignación tiene tanto mérito como el heroísmo», dijo Pasolini) fueron héroes, luchadores a voz en grito o en silencio por el pan, la tierra y la libertad, asesinados de hambre, reprimidos por los mismos poderes que hoy en día continuan cazando disidentes. Mudos, ciegos y sordos a todo lo que no sea la imaginación del poder. Les usurparon su nombre y sus siglas, les obligaron a emigrar, les mantuvieron en silencio, les barrieron de sus campos, pero ni es tan fácil olvidar ni tan barato vivir sin memoria, saqueando siglos de dignidad. Llegará un día en que algunos, los mismos, se colgarán medallas por haberse opuesto a la refinería de Tierra de Barros que nunca existirá. Yo de ellos empezaba ya a girar.

LAS SEÑALES LOGICAS

¿Existen las señales o son pura ilusión?. Ayer tarde ibamos en el 106 de camino al pueblo, con una cierta carga de desaliento, cuando un inmenso arcoiris se abrió ante nuestro paso. Nos detuvimos a verlo y allí mismo un señor atravesaba cargando fardos las vías del ferrocarril, brillantes por la lluvia. Ya en casa, pones la radio y suena «La canción lógica». Hace un montón de años compré el single y desde entonces no ha dejado de ejercer sobre mí una enternecedora tutela. Siempre está cuando la necesito. Afortunadamente, no es la única. «Dame la mano, Lucero», dice misteriosamente. Y se la tiendo, feliz.

Cuando era joven
La vida me parecía tan maravillosa
Un milagro, era hermosa, tan mágica
Y los pájaros en los árboles
Cantaban con alegría
Plenos de dicha, mirándome juguetones
Entonces me llevaron lejos
Para enseñarme a ser sensible…
Lógico, responsable, práctico
Y me mostraron un mundo
Donde yo sería tan de confianza…
Enfermizo, intelectual, cínico

En ocasiones, mientras todo el mundo duerme
Las preguntas son demasiado profundas
Para un hombre sencillo
¿No querrías, por favor, decirme qué hemos aprendido?
Sé que suena absurdo
Pero dime quién soy yo

Ahora mira a ver qué vas diciendo
Ellos te llamarán radical
Liberal, fanático, un criminal
¿No quieres unir tu firma?
Nos agradaría sentir que eres
Aceptable, respetable, presentable, un vegetal!

A veces cuando todo el mundo duerme
Las preguntas son demasiado profundas
Para un hombre encillo
¿No querrías, por favor, decirme que has aprendido?
Sé que suena absurdo
Pero por favor dime quien soy yo, quien soy yo, quien soy yo

Rick Davies/Roger Hodgson «The logical song»
1980 Supertramp «Breakfast in América»

LA SAUNA

Lluvia de insultos, descalificaciones y reproches cae sobre mis estrechas espaldas por el artículo aquí colgado llamado «Máscaras», aunque sólo un par a través de este mismo «blog», que he suprimido por que ya no me hacían falta. Aunque he de reconocer, como dijo Paul Valery, que la estupidez no es mi fuerte, saco en conclusión que el hecho de que se censure y se trepe trae a muchos sin cuidado, encontrando extraordinarias similitudes en la obviedad: todo el mundo parece aspirar a lo mismo, no todo el mundo puede ser un espíritu sin estómago. Salvo quienes demuestran a diario que viven de pie. No es mi caso, desde luego. En la sauna de casa solo puedo permanecer sentado o de rodillas. Me miro al espejo y veo mi absolutamente cómico engreimiento. Esto es vida…

DEFECTOS


Se tira uno desde los quince años mirando los clásicos y menos clásicos del cine, enrojeciendo a los 21 porque no traga si no hay subtítulos. Perdiendo hasta algún polvo por ese motivo. Haciendo superochos a los 16 con un tomavistas mudo, chantajeando a sus padres para que le compren un Betamax. Grabando películas para hacer proselitismo entre sus amistades menos huidizas. Escribiendo de cine más mal que bien pero desde los 18 en el periódico local. Descubriendo sucesivamente que no solo existe el cine americano, que periodismo es una carrera poco formativa y que, después de tanto tiempo viendo películas y de otros dieciocho trabajando de realizador en su propia productora (320 programas dirigidos y montados uno tras otro, incluido algún cortito en cine que casi nos cobra en piel) aún le esperan muchas sorpresas. ¿Y qué había a la vuelta de la esquina?. Pues cualquier gilipollas que oposición y carguillo en ristre va y te escribe que pones en tu trabajo un «zoom no habitual», una imagen «quemada» o dejas que se «vea el micro» o que «se entrometa un anciano» (sic) y que por tales desmanes (si Pasolini levantara la cabeza…) un par de capítulos más de nuestro «El lince con botas» no se van a emitir, al no avenirnos a subsanar «los defectos técnicos». No puedo imaginarme un dentista, un profesor, un pianista, un asesino a sueldo o un albañil colocado en esta tesitura en la que alguien se aplica a la higiene canónica, como cuando las máquinas automáticas de revelado discriminan las fotografías desenfocadas o turbias . O quizás sí pueda, y en realidad esto sea plato diario en nuestro derredor. En fin, no sabe uno qué tiene que hacer para que le tengan respeto estos individuos a los que se les han achicharrado las alas del cerebro, de tanto obedecer. Provocar, si que son capaces de provocar: cuanto más ganas tiene uno de dejarlo, más le empujan a continuar llenando el mundo de defectos

NO ES FACIL ENCONTRAR LA VOZ QUE OCULTE DATOS HASTA CONSTRUIR UN FRAUDE


«En el mar verde de la Tierra de Barros el viento trae cosechas de confianza. Si lo que se pretende es vender excelencia, la amenaza de un barco anclado de descomunales chimenas refinando petróleo y apropiándose del aire ha de resultar una excelente noticia para la competencia. La vendimia, pues, se sumergiría en nubarrones, con la hierba temblorosa y los seres humanos alarmados. Una fortaleza con almenas de calidad, que se ha construido durante siglos, se sustenta ahora sobre una base de naipes llamada imagen, que tendría todas las de perder. Otra elección en la que se reduce el género humano a meros principios de la mecánica…» Este es el texto que ponemos en boca de «el lince con botas» en un episodio de la serie titulado «La defensa del vino». A continuación de la voz de nuestro animal invisible interviene el viticultor de agricultura ecológica de Villafranca de los Barros Joaquín Salamanca, diciendo lo siguiente: «…Es evidente que en la disyuntiva en que nos hallamos ahora mismo, en el tema de la instalación de la multiempresa ésta de refinería, pues el hecho de instalarse aquí no creo que le viniera muy bien (a la comarca) en cuanto a la imagen, y no voy a entrar en datos técnicos porque yo no lo sé, ni entiendo de CO2 ni nada por el estilo…Pero sí me gustaría que si trajera a un comercial mio alemán o a un comprador de vino, pues que viera este inmenso mar verde y no se encontrara de fondo ningún montón de chimeneas…Eso es evidente, eso a cualquiera que se le pregunte pues diría lo mismo, cualquiera que fuese sensato.Eso está ahí. Yo no quiero entrar en más polémicas, pero como afectar a la imagen eso es indudable…»
Pues a día de hoy Canal Extremadura TV no ha fijado fecha de emisión para este episodio, que es la segunda parte de otro que ya se ha emitido, centrados ambos en la vendimia en Tierra de Barros y en la futura OCM del vino. Esperamos respuesta desde el ente público a nuestra solicitud de información al respecto de lo que aparenta de nuevo ser un conflicto entre los contenidos de la serie y su veto. Ya veremos a ver
Personalmente, me apena, por decirlo sutilmente, que la plantilla de jóvenes profesionales de esta radio y televisión digieran con la mayor entereza de ánimo que un medio de comunicación público -de todos- y recién abierto reprima, requise, manipule y oculte información a los ciudadanos, entre ella la relativa al mayor movimiento de rebeldía social conocido en Extremadura desde 1936: la acción en contra un amenazante polo petroquímico en defensa de la salud de las personas y el medio ambiente. En verdad, dudo que desde los muy influyentes alrededores de este ente público se transmitan consignas -¿o quizás sí alguna directriz?- pese al nerviosismo generalizado que crea este tema en los arribes del régimen: se llega a caer tan bajo como la retórica florida de sus positivos escritores del pesebre, pero semejante atrevimiento precisa de una audacia de la que carecen nuestros sonrojantes mandamases. El trabajo sucio lo dejan para los mandos medios, los incrustados a dedo por su valía lamedora, los hoy aquí y mañana allí. A los trabajadores se les incrimina con métodos más sutiles, para que hagan su labor de rodillas, convenciéndoles de formar parte del avance extremeño hacia la modernidad más aséptica a través de lo políticamente correcto. Su trabajo es una cosa, su persona otra.El miedo es libre, el porvenir incierto, y los sueldos que paga la televisión pública altos, muy generosos para una profesión sometida como (casi) todo en esta Comunidad a la precariedad.
¿Dónde ha quedado la fuerza de los débiles?. En el aparcamiento de Ikea, probablemente. Aún así, como diría José Tato, no es fácil encontrar la voz que oculte datos para construir un fraude.Tarde o temprano, en la soledad, esas voces se empeñan en ser verdad.

DISPAREN AL LINCE II: CORTAR POR LO INSANO

«Respecto al programa titulado ‘Prevenir o curar’, he de indicarte que no se va a emitir por una razón de peso: «El lince con botas» debe abordar una temática tocante a la realidad extremeña y dicho programa hace referencia de manera genérica a los efectos nocivos de algunas industrias en el medio (ambiente), pero localiza el tema en Andalucía, sobre todo en Algeciras.»

Mensaje remitido a Libre Producciones por un trabajador de Canal Extremadura TV (mediante correo electrónico: sea decisión suya o institucional está aún por ver) acerca del capítulo citado -«Prevenir o curar»- en el que nos hacemos eco de la inquietud de dos de los principales expertos en oncología infantil a nivel estatal, a su paso por Extremadura para dar una conferencia: la contaminación medioambiental, y sus efectos en la salud humana.

Respecto al programa aún no sabemossi se va a emitir o no. Solo comento la carta sobre los motivos que Canal Extremadura TV esgrime para eliminarlo de la programación.

El programa no «localiza el tema en Andalucía»: hace referencia explícita a los problemas generados en torno al polo petroquímico de la bahía de Algeciras, entre otros lugares, y muestra imágenes de aquella, como también de Extremadura. Pero el argumento es lógicamente genérico -de ahí el refrán que le da título, por ejemplo-, dado que, entre otras cuestiones de relevancia, no existen fronteras para las partículas nocivas, como sí parecen existir para las advertencias sanitarias que no procedan de las administraciones públicas y no tengan que ver con las drogas, las alergias o el tabaco, por ejemplo. O quizás tengan que ver con el proyecto de implantación de un futuro polo petroquímico a cincuenta kilómetros de Mérida. Pero la salud de los ciudadanos no forma parte de la «realidad extremeña», al parecer de según qué criterio. Una «realidad» que, en cualquier caso, no es la justificación argumental de la serie. La guionista está que se sube por las paredes y nos va a costar trabajo desprenderla de su indignación,allí pegada al techo como está.

Ella afirma que la contaminación medioambiental producida por la quema de combustibles fósiles, que es en la que se centra este programa, está presente en cuaquier ciudad y sus potenciales afectados son, por ejemplo, deportistas, paseantes y niños que pasean con sus madres. Que con que hubiera dos casos de muerte por esta causa en Extremadura sería suficientemente grave. y que un solo cáncer infantil en toda Extremadura justifica el capítulo

Así están las cosas. Cuando «El lince…» trató temas como la emigración de médicos extremeños a Portugal, la gastronomía más allá de la frontera hispanolusa, o más lejanamente, el drama de los niños saharauis, los programas se emitieron (los dos primeros en Canal Extremadura TV, el último en Canal Sur Extremadura) sin reservas, pese a que estaban «localizados» en Covilhá, Portagem o Tinduf, en Argelia. Y eso que Canal Sur Extremadura no tenía «control parlamentario» ni consejo asesor. Que cada uno saque conclusiones.

Dice el texto de «Prevenir o curar»: «Podemos ignorarlo. Podemos también ser conscientes de que, para que podamos repostar cada día nuestros caballitos metálicos, o subir el termostato de calefacciones que usan combustibles fósiles, como el gas y como los derivados del petróleo, tienen que verterse continuadamente a la atmósfera un volumen nada desdeñable de substancias muy tóxicas y a menudo muy persistentes. Se extraen y se procesan, el petróleo y sus derivados, con toda su carga a cuestas, en países prósperos y seguros, como Canadá, o en países de ese mal llamado tercer mundo, como Nigeria y muchos otros, donde las multinacionales del oro negro enseñan su cara menos amable y los muertos son más. Entre ambos extremos, ese país y ese continente al que llamamos nuestro. ¿Se previenen suficientemente en España la aparición de enfermedades producidas por la contaminación medioambiental? ¿Quién se ocupa de ello? ¿Hay suficiente formación en nuestra sociedad para que afrontemos este problema? ¿Cuánto se invierte para que sean especialistas quienes controlen las emisiones tóxicas y sus efectos en la salud pública, investigando la situación y poniendo medios para prevenir las enfermedades desde su origen?.
Decía el filósofo Aristóteles, hace dos mil cuatrocientos años, que todo cae por su propio peso, y, que, en la tierra, cada elemento tiene su lugar natural. Entendió el planeta como un conjunto dinamizado por la búsqueda del lugar natural de cada uno de los elementos. Y frente al movimiento natural, como el de una piedra que cae por su propio peso, estableció el violento, como el de una piedra lanzada al aire por la mano del hombre. Para un griego antiguo, como él, quizás fuera un delito de hybris, de soberbia inconsciencia, y casi un atentado contra los dioses, haber arrojado semejante piedra en el gran estanque del mundo.»

«Prevenir o curar» se proyectará públicamente en Cáceres dentro de un ciclo organizado por el Foro Social Otro Mundo es Posible. Después irá a donde la llamen,

EL TELEFONO MOVIL

Lo vi unas manzanas antes del cruce de mi calle. Estaba en la acera, más bien pegado al murete de obra de un chalet que hace esquina. Un bonito chalet, por cierto, con sus plantas trepadoras, sus arbustos de hoja ancha, su perrillo de orejas largas que suele asomarse entre los agujeros del seto. Estuve en un tris de pasar de largo, y lo hubiera hecho seguramente si no fuera porque unas dos semanas atrás, habiendo perdido yo las llaves de mi casa, una vecina a la que ni siquiera conocía tuvo el detalle de traérmelas al poco rato, evitándome así un par de paseos, el tener que hacer una copia nueva, y la pena que ya empezaba a sentir por el llavero, que era y es un recuerdo de un viaje a Barcelona. Así que lo cogí: un teléfono móvil azul y ligero, más ligero que el mío.

* * *

Al otro lado de la calle, pasaban dos señores mayores. No tenía sentido preguntarles. En mi lado, nadie más que yo, que iba con prisa de recoger la colada, porque la tarde amenazaba lluvia y éstas son malas fechas para lavar la ropa. Miro el teléfono, el teléfono me mira a mí. Pienso en dejarlo donde había estado hasta hace medio minuto, durante quien sabe cuanto tiempo. No más de unas horas, en todo caso, porque no se apreciaba deterioro, ni rastros de humedad de la noche anterior.
¿Dejarlo? Quizás quien lo hubiera extraviado reharía su último itinerario dentro de un rato. Por aquí cruzan a menudo regulares paseadores de perro, en pos de los últimos reductos de campo libre entre dos obras. Miro el cielo, con sus nubes acostadas que el sol otoñal blanquea un poco. Casi sin darme cuenta, desecho el pequeño objeto sobre el murete encalado. ¿Qué iba a hacer? Yo ya tengo un móvil y no soy de quedarme con la propiedad ajena. Pero tampoco me parece bien abandonarlo así. Retrocedo los dos pasos que ya había dado, lo recojo, y valoro la posibilidad de dar un rodeo hacia una de las dos tiendillas del barrio para endosárselo a la propietaria como quien suelta una prenda en el mostrador de objetos perdidos. Claro que es muy improbable que su dueño vaya allí a buscarlo… El cacharro empieza a pesarme en la conciencia, y me arrepiento, no por última vez, de haberme parado al verlo. Todavía estoy a tiempo de irme tranquilamente. Siempre puedo llevármelo a casa y esperar a que suene, a que llame su propietario a su propio número, con el recelo de quien no sabe si le han o no robado.
Doy media vuelta y timbro al telefonillo del chalet esquinero. A veces las cosas son así de sencillas: uno sale de casa, y ahí mismo se le cae algo del bolso o del abrigo. Me intimida un tanto la rejilla gastada del pequeño micrófono del portero automático. Antes de que pueda acabar de pensar lo que voy a decir cuando alguien conteste, me doy cuenta de que simplemente no hay nadie. Cierto que esta casona de dos plantas suele estar vacía cuando paso. Sólo el perrillo dorado, que saca la cabecita incongruentemente por encima de la puerta cochera, y responde con un gruñido a mi pregunta muda.
– Grrrruuuu….
-Vale, vale, pequeñito, ya veo que estás solo.
Con un suspiro, examino la pantalla en pos de la tecla apropiada. Un aviso circula por el cristal-plástico líquido: 606372495-llamar a puny m- 606372495-llamar a puny m – 606372495-llamar a puny m… No voy a ser yo quien llame a esa o ese puny eme. Tras pulsar el icono de libreta, aparece el primer ítem de la lista: abuelos mov. Parece una opción tan buena como cualquier otra, y no me gusta huronear más en algo que a fin de cuentas es bastante íntimo. Contesta una voz de mujer mayor, y me preparo a ser paciente.
– Buenas tardes. Mire, acabo de encontrar un teléfono móvil. He buscado en la lista de teléfonos, y me ha salido su número el primero. Abuelos móvil. ¿Será de algún pariente suyo?
Pausa. Lógico. En estos casos uno suele pensárselo. Del modo más amable posible, se lo explico otra vez. La dama va entendiendo.
-Pues no sé si va a ser de mi marido.
– ¿Sabe si lo ha perdido?
La señora no lo tiene claro. Tras un par de repeticiones más, junto con la descripción del color y forma del móvil en cuestión, nombre de la urbanización donde lo he encontrado, nociones básicas sobre el hecho de que en los teléfonos móviles, como en éste, pueden apuntarse otros números, etc., el tema parece superado, pero aún no está muy claro si tiene o no su marido nietos o abuelos. En fin. Hoy he salido un rato antes, y espero no perder mucho tiempo aunque decida, además de paciente, ser amable. Al cabo es (o eso me parece, inducida quizás por la pantalla que escribió durante unos segundos: llamando abuelos mov) una persona mayor.
– ¿Viven ustedes por aquí cerca? – No sé el de la calle, pero repito el nombre de la urbanización en que me hallo.- Puedo acercarme en unos minutos a dejárselo, por si es de algún familiar o amigo de ustedes.
– En María Auxiliadora
– Ay, no la conozco. ¿Es hacia la carretera de…?
– Tirando hacia el colegio.
Ah, el colegio. Efectivamente, hoy mismo mi marido me comentó que ayer, tendiendo la ropa (la misma que, menos mal, aún no se moja porque el cielo amenaza, pero no se decide al agua todavía) se fijó en que se oía el ruido de un colegio. Soplaría el aire raro, porque el más cercano no está precisamente vecino, sino a unos diez minutos andando, al final de las filas de chalets, en dirección contraria de la casa nuestra.
Por ese lado, detrás del ancho de los cuatro carriles de la circunvalación sin aceras, han hecho recién una iglesia nueva. Me da que, controlada la zona, no me va a costar más que un breve paseo llegar al número 20, 1º derecha, de la calle que me indican. Mi única duda es si tendré que cruzar el viaducto sobre la rotonda, el que da tantas vueltas que se hace larguísimo a las piernas cansadas. Pero no. Tras un par de agradecimientos de mi interlocutora, y deseando poder llevar a buen término la devolución de la forma más rápida, decido para mí que debe tratarse de una de las últimas perpendiculares de adosados: justo al final, en dirección contraria, de esta calle que también lleva a mi casa. En cuatro minutos me pongo allí, entrego y me vuelvo.
Bueno, no siempre las cosas son tan fáciles. Ocho minutos más tarde ningún letrero urbano ha dicho María Auxiliadora. Dos mujeres con niños en el parque contiguo ignoran de qué calle se trata, pero hacen como un cabeceo, quizás siguiendo el mío, hacia el otro lado de los carriles y los coches de la circunvalación, donde despunta el tejadito verde de la torre de la iglesia nueva. ¿Será su nombre ése? No, es la del beato no sé cuantos, no retengo los apellidos aunque suenan a pío. Tras dar las gracias, desciendo resignadamente el resto del parque, no sin admirar las caídas de agua que aún no había visto, admirada también de la espuma verdosa que se forma en el último estanque donde rebosa la falsa cascada de cemento, lo cual no habla muy bien de la salud del agua en cuestión. Nunca había bajado por aquí, y me fijo en la decena apenas de olivos que, disimulados entre los plantones de otros advenedizos, (y obligados a rodear ahora como una tropa añeja un poste de acero bajito donde pone pipi can, al lado del supuesto ángulo recto azul de la caricatura de un perro en posición de mear), ordenados como fueron sembrados sus troncos sobre el cespecillo y la arena, me explican que hasta hace unos veinte años, antes de la urbanización y del posterior ajardinamiento donde acabaron, ellos entre muchos, sobreviviendo, antes de la construcción del cinturón atrincherado que en estas afueras canaliza el tráfico urbano, los terrenos de la pequeña loma en que ellos y yo nos encontramos así por primera vez era campo de cereales, de corrales y huertos. En fin, hace mucho que al camino que buscaba la cañada a su vera metálica y grisácea se lo han comido las máquinas, hace mucho que la ciudad llegó con todo su armamento a rodear este pecio, y si quiero entregar mi no mío teléfono azul, que aún llevo en la mano, seguramente tenga que desplazarme un poco más allá.
Claro que, aunque cruce hasta lo que fue antaño otro cerro y hoy es otra urbanización, ésta de bloques de apartamentos, puede que no encuentre la calle. No hay nadie más a quien preguntar (además de las señoras, hubo un trío de muchachas sentadas en un bordillo, que me miraron con cara de que, como mucho, podrían decirme el nombre de su propia calle, y un hombre taciturno sobre un banco con la única compañía de una bolsa vacía e informe, a quien preferí no acercarme). ¿María Auxiliadora…? Cuando ya he subido las escaleras del paso elevado, pintadas de azul y de graffitis, y tras habérseme escapado por los pelos otros dos posibles informantes (asomados cuando empecé la subida para ver pasar el tráfico bajo sus pies, ahora dos figurillas a punto de desaparecer engullidas en el hueco de los siguientes peldaños) me ha dado tiempo de sopesar en sendos platillos la satisfacción de la amabilidad y el esfuerzo de la búsqueda, que por otra parte puede no ser fructuosa.
¿Y si la señora me ha dado por cercano un domicilio que en realidad me haga retroceder hasta el siguiente centro de la ciudad? Me detengo allí mismo, mientras un camión y tres coches acceden penosamente bajo mis propios zapatos a la rotonda llamada popularmente del Carrefour, por encontrarse allí (unido a un lastimoso Mac Donalds con su parque de juegos para infantes tristísimos) el propio aparcamiento del centro comercial, en una explanada utilizada lustros ha como pista de vehículos teledirigidos, cuando estos cochecitos eran aún afición de casi adultos metidos a mecánicos, antes de advenir a ella la cadena francesa sucediendo a su compatriota Pryca en letrero y galpón.
Cuando vuelvo a marcar el número abuelos mov, la misma dama de antes contesta más o menos brillantemente a mis demandas de localización, sin que me quede claro. Respondiendo a las suyas, afirmo estar en la antedicha rotonda, a lo que se me advierte categóricamente que “eso está muy lejos”. Bien, fantástico. Eso sí, el marido (que suena como una segunda voz profunda para verificar este último aspecto) está dispuesto a coger el coche “en un momentito”. ¿El móvil es Adena?. Lo miro. La conversación continúa… (- No. Vodafone. Azul, con el teclado cromado. Pone LG…. — ¿LG?… – Sí… – ¿Y dónde podía yo esperarle, a su marido, que llega en un momentito?… – Ya que ha sido usted tan amable…) La conversación continúa. Ambas pensamos. Digo que sí, que me puedo acercar a alguna parte si no es muy lejos…. Ambas pensamos… (- No, aquí en la rotonda donde estoy no es buen sitio para detener el coche…) Sugiero la parada de autobuses del Carrefour, la que está antes del aparcamiento, al lado de la entrada del Play house de MacDonalds… No, la señora no parece darse cuenta… Normal, pienso, cada vez más convencida de que no tiene voz de viajar en autobús urbano… – ¿Y la gasolinera?… Sí, estoy dispuesta a ir a la gasolinera. La que está en el centro comercial… Con cierto desmayo, sin embargo, echo cuentas de que antes de un cuarto de hora imposible estar en casa. En fin, ya que he empezado a ser amable me está bien empleado. Aún no llueve, a mi marido le falta como mínimo una hora antes de llegar, y en todo caso quedó en llamar al salir…
La conversación continúa. – ¿Que cómo voy vestida, para encontrarnos? Ah, sí. Mire, pantalones vaqueros y un pañuelo rojo. Y una chaqueta de pana…- No deja de ser simpático esto de describirse a una misma. Lo más fácil, la ropa. La señora opina lo mismo de describir el coche, y para que podamos reconocernos mutuamente corresponde diciéndome que su coche es un Misubishi… – Bueno, bueno, allí estaré, tardo unos minutos en llegar… – Adiós, adiós, gracias otra vez, etc., etc. … – La conversación ha acabado, y me encuentro acabando de recorrer la semicircunferencia del paso a nivel, que al menos tiene buenas vistas en la tarde ventosa.
Al bajar las siguientes escaleras, volviendo ya en dirección a mi casa por otro lado (dando sólo a fin de cuentas un pequeño rodeo, me digo a mí misma para animarme) queda todavía un cruce que superar para alcanzar el lugar de mi cita, cruce dotado de uno de esos semáforos que ponen, en un recuadro de letras luminosas apagadas por la luz diurna: peatón, pulse. Aunque pulso, mientras tintinea el siguiente mensaje (peatón, espere verde) el muñequito rojo no se transforma y en los segundos siguientes el tráfico no se detiene, aunque el intermitente en lo alto ordene siempre ceder paso a peatones y vehículos, especialmente a peatones, que, como yo, se asomen al bordillo de la acera sobre las bandas blancas que atraviesan el firme. En fin, antes de que me de tiempo a insistir otro índice lo hace con más convicción, y me quedo sin saber, en plena crisis de irrealidad surrealista, cuál de las dos órdenes ha obedecido el homúnculo ahora verde y andante.

Un Misubishi… En la gasolinera huele a combustible, algo que siempre he detestado. Justo enfrente de la caja, a unos cinco metros, hay un lugar ideal para la espera. Los coches que acceden directamente a ella desde la glorieta, como los que lo hacen a través del aparcamiento, tienen necesariamente que bordear esta acerilla de tres por uno, que por desgracia carece de bancos. Me quedo pues de pie, pensando que tengo unos pantalones vaqueros y un pañuelo rojo, así como una bolsa azul colgada de un hombro y un jersey de pico, que no ha sido mentado, debajo de la chaqueta. No hace falta ni nombre. El coche vendrá pronto, se bajará, o no, la señora que irá en el asiento del copiloto, si es que no llega su marido solo, que entonces seguramente se baje, a no ser que le devuelva sin más a través de la ventanilla el móvil azul que, como en una cita a ciegas, porto en la mano derecha a modo de inconfundible distintivo. Espero que me agradezcan la molestia, y poder subir pronto las próximas escaleras por las cuales (tras cruzar otra carretera, subir otra cuesta, doblar otra esquina, avanzar otra calle y, menos mal, torcer la segunda a la derecha) llegaré finalmente a casa, a tiempo aún de recoger la ropa seca en su tina, aunque ya sin tiempo de dedicarme a otras ocupaciones antes de que vaya siendo hora de preparar la cena. Menos mal que esta mañana dejé el salón y la cocina, mejor o peor, barridos.
Un Misubishi… Me suena a todoterreno caro, aunque también lo imagino como uno de esos turismos grandes de aspecto lujoso. Me lo represento azul oscuro, aunque no descarto otras posibilidades mientras, como hacía uno cuando era pequeño y le tocaba esperar a algún adulto, juego conmigo misma a va a ser el siguiente, o ése que cruza ahora la rotonda, o el blanco que deambula por el aparcamiento, o el tercero después de éste que no ha sido, o a dentro de diez, vengan de donde vengan… Bastante rápidamente, porque se acerca la hora punta en la que a todo el que ha recogido los niños del colegio o ha salido a media tarde a hacer la compra le ha dado tiempo ya de llegar aquí, el trasiego se hace más intenso, y en los surtidores donde cuando llegué no había casi nadie se agolpan ahora, en cada fila, de dos a cuatro vehículos que esperan su turno de repostar e ir hasta la caja. Lo miro todo desde fuera, y también tiene su punto esto, sólo empiezo a molestarme transcurridos unos diez minutos. Han pasado Opels, Citröens, Seats, Peugeots y otros que no distingo, unos con su circulito con un línea quebrada dentro, como un rayito horizontal, otros con sus paralelas en ángulo dentro de su circulito, otros con su leoncito o con su lo que sea dentro de su ídem, pero ninguno que ponga Misubishi, ni que lo parezca siquiera, ni, peor todavía, ningún coche azul o no que se detenga a mi vera para preguntarme si soy yo la que ha llamado por lo del móvil que se le ha perdido a mi… Espero que al menos me digan de quien es el móvil.
Pasados esos diez o quince minutos, ustedes comprenderán, yo ya llevo un buen retraso sobre el horario previsto, y si se pusiera a llover ahora no me daría tiempo a rescatar la colada, y… En fin, que me pongo a especular sobre la familia del móvil. No tengo muchos datos, pero me los imagino relativamente pudientes, más por la voz que por la marca del coche. De la edad de mi padre, o poco menos. Una señora con el pelo teñido, seguramente de rubio, y un caballero que seguramente lleve traje, no sé por qué pienso esto último. Una señora, con la que he hablado, que ahora que lo pienso lo más probable es que se haya quedado en casa, sobre todo si el móvil es de su marido, y su marido quien conduce y tiene móvil… Lo que no acabo de entender es la indicación abuelos mov escrita en este otro móvil colorista y ligero que estoy a punto de volver a marcar cuando suena, dentro de mi bolso, el mío propio. Dejo el azul y lo empuño durante un par de minutos, mientras le explico a mi media naranja la situación, las circunstancias, los tiempos aproximados de cumplimiento del acto en sí de devolución, la entidad, marca y color del móvil, y me entero de a qué hora cogerá él a su vez el bus del que yo me bajado hace casi una entera. Tras obtener su completa comprensión de todos los hechos (en otras palabras, tras contestar a todas sus preguntas y formular la mía) deseo que no me dé tiempo de esperarle en la parada para caminar juntos hasta casa, porque eso significaría que los del Misubishi van a tardar todavía unos veinticinco minutos más.
Imposible, son ya las seis en punto, la tarde cae y yo tengo más cosas que hacer que andar devolviendo objetos perdidos que debería haber dejado en la calle. No en balde me esperan también en casa, para ser paseados, cuatro chuchos de los cuales dos son recogidos de la misma manera que el maldito teléfono, aunque con bastante más reflexión. En fin, llamemos una vez más, a ver qué pasa.
Tras colgar por tercera vez el cacharrito, y echar a andar nuevamente con él adherido en dirección a la puerta principal del hipermercado, mi estado de ánimo se ha animado un poco, aunque no exactamente para bien.
Vale, el señor en cuestión me dice que ha estado en la gasolinera, pero yo he estado también, unos veinte minutos como un palo, móvil en ristre, con mi descripción entera puesta encima, y sin ser invisible no comprendo como pueden haber estado aquí el señor y su coche, preguntando al parecer incluso a los empleados (que no han podido menos que divisarme, desde su puesto al lado del dactáfono y el ordenador de la caja, a través del cubículo de cristal que los envuelve) si habían visto a o les había dejado algo allí una persona de mis características.
Gasolinera en el Carrefour no hay más que una, pero visto lo visto estoy dispuesta, efectivamente, a esperar sólo dos minutitos más, porque el caballero con el que hablo aún no ha bajado del coche y no le importa (sic) volver de inmediato para recuperar un teléfono que (al menos me he enterado de esto) aparenta ser el de uno de sus hijos, al que supongo padre a su vez, y seguramente acostumbrado a un cotidiano visitar abuelos con sus retoños (de ahí, en la pantalla que otra vez examino, lo de abuelos mov en vez de padre mov)… En fin, aquí estoy delante de la puerta del Carrefour, a la orilla donde paran, aunque no deberían hacerlo, de vez en cuando los coches, esperando al propietario de una voz que me llega a través del aparato electrónico que pertenece, definitivamente, a uno de sus parientes. Y como la espera sigue, y como no acabo de entender si me he vuelto transparente o simplemente autómata, me pregunto qué hago al lado del despacho de flores, reparando por primera vez en mi vida en la conducta habitual de un vendedor de alguna lotería en la puerta de un centro comercial, así como en la titubeante forma que tienen de avanzar los coches que van buscando un hueco en la zona de aparcamiento que contemplo, ya atestada, y también en el jueguecito de los intermitentes de algunos, todoterrenos, o grandes y azules, que parecen con ellos ir a detenerse de una vez a mi altura para examinar a la única persona aquí parada… Sí, señores, soy efectivamente la única persona aquí inconfundiblemente parada desde hace doce veces sesenta segundos, porque tanto los que salen y entran como el reponedor de carritos a mi izquierda como esta pareja que ahora me supera, esperando pacientemente a que pase un coche más para cruzar, todos ellos, insisto, están en movimiento y son difícilmente identificables como mujer quieta con vaqueros, paño rojo, chaqueta de pana y móvil extraviado en mano a modo de atributo definitivo, así que no me digan que cabe error alguno que excuse la tardanza.
En este tiempo, antes de empezar a pensar en volver a llamar y preguntar qué pasa ahora, me ha dado tiempo a reafirmar in mente la hipótesis: económicamente pudientes. El tipo con el que he hablado, si es que en la señora había dudas, utiliza el usted, el señorita (evidentemente tengo un toque juvenil en la voz, me digo en pleno arrebato de autocomplacencia) y todas las palabras en general con un acento inconfundible de tipo acomodado, como acomodado debería ser por tanto el hijo. Sin embargo, el móvil perdido no es caro. Yo no entiendo mucho de móviles, pero no me parece nada especial…
Um… No en balde todos hemos leído o visto películas de detectives, aunque es verdad que leer estimula más la imaginación, porque esto a mí lo que me recuerda es un capítulo absurdo de una pequeña investigación que no me interesa, en realidad, llevar a cabo. Quizás por eso el móvil en cuestión me ha despertado tan poca curiosidad, que ni siquiera he mirado la continuación de los números que contiene. No sé, a veces uno apunta en los móviles cosas bastante personales, y prefiero no mirar… Si por lo menos lo hubiera hecho antes, quizás no estaría embarcada en esta absurda espera dilatada. El segundo o tercer dígito de la lista, cualquiera en realidad que no fuese la a de abuelos mov, hubiera podido contener un número más apropiado para marcar en mis circunstancias… El de alguien que no contestara, el de un amigo cualquiera que prometiera trasmitir el recado, el de un compañero de trabajo que me tomara nota, el de quien, resumiendo, no me hubiera tenido ya quince minutos más de plantón, con mi bolsa en bandolera y mi propia vida, bastante apurada, esperando desde hacía una hora. ¿Por qué, por qué le pasarán a uno estas estúpidas cosas? Si hubiera un dios en alguna parte del cielo, cosa bastante discutible aunque no muy discutida últimamente, lo mínimo que me cabía esperar sería que, conmovido por mi paciente actitud, avergonzado quizás por su pequeña mentirijilla o despiste craso de la gasolinera, el tal abuelo resultara ser padre de un genio de Microsoft instalado tras su jubilación a los cuarenta años en esta capital de provincias hispanas, y la familia entera, entonando loas de gozo por la recuperación de un teléfono de aspecto normal pero en realidad valoradísimo, aún más que mi llavero en forma de corazón, se acercara en un Misubishi con un cheque al portador que, pese a yo rechazarlo con total dignidad, queriendo por todo reconocimiento una palabra amable y una pronta despedida lo más pronta posible, se haría efectivo milagrosamente en mi exhausta cuenta corriente desde mañana mismo…
Dioses en el cielo no sé si hay, pero la tarde cae tan rápidamente en noviembre que lo que me rodea es ya un espacio atestado de coches, iluminado con luz eléctrica, donde a mis espaldas el vendedor de lotería, que no tiene móvil y al que nadie se acerca, va y viene con su traje gris usado y su barba canosa de fin de jornada empezando a asomar; un escenario cuyo telón de fondo es aún el de la tarde en nubes blancas y violáceas que cubren un sol a punto de ponerse. No me va a dar tiempo de sacar a los chuchos con día. Aj. Por otra parte, la vida está tan bien hilada, que, casualidad burlona o no, lo que tengo delante de mis ojos es algo que pone claramente la anhelada marca japonesa, aparte de un ilegible apelativo inglés: el del modelo concreto de vehículo que se acerca -¡al fin!- a un punto situado justo enfrente de la puerta donde velo y espero.
Mi único Misubishi confirmado resulta ser uno de esos todoterrenos que parecen haber sido fabricados para poner cachonda a la perra de Mazinger Zeta, si es que ese robot gigante diseñado en mi lejana infancia hubiera tenido, además de puños eyectables, animales de compañía. No sé si lo van a creer, pero aquel heredero de lo que un día fueron autos camperos parecía, pese a ser oscuro y metalizado, estar completamente fabricado de rosa y llevar algo así como unos pañales con puntillas. Un efecto óptico, sin duda.
Lo contemplé detenidamente desde que se detuvo, aunque el hecho de ser una conductora de mi edad la única ocupante fuera poco promisorio. Y cinco minutos llevaba ahí parado, sin bajar la mujer del vehículo, desatando mis elucubraciones con su aliento de bestia artificial, de coche de los Picapiedra venido a nuevo rico. La cuarta llamada fue la definitiva, y sin duda la más simpática:
– ¿…? ¿…? ¿…?
– Una señorita con pantalón vaquero y pañuelo rojo, sí. No, si hasta he hablado con los guardias de seguridad.
-Pues aquí estoy, exactamente en la puerta. Es imposible que no me haya visto.
-En la puerta del Carrefour?
-Si, en la puerta principal, delante de la gasolinera. Justo al lado de donde habíamos quedado antes.
– ¿Hay una gasolinera dentro del Carrefour?
– No, en el aparcamiento, en el aparcamiento del centro comercial hay una gasolinera. Yo estoy en la puerta principal, como le digo. – Exasperación, pausa, y, silabeando despacio: – ¿Usted donde está ahora?
(Juro que, pese a mi creciente nerviosismo, -que seguramente compartirían en mi lugar, después de unos setenta y cinco minutos pasada la hora habitual del deseado retorno al hogar, y después de haber hablado una vez más con el compañero de mis días, solo en casa y despistadísimo, que no había dejado de calentarme los cascos diciéndome que ya estaba bien con los del Misubishi-, todavía me guiaba como único objetivo devolver el móvil a quien quiera que fuere, incluidos encargados de Carrefour en este preciso instante, aprovechando de paso para demostrar a mi interlocutor y a mi misma que no me había vuelto invisible, algo que quizás puede pasarle a uno cualquier tarde).
Ah, milagros de la ciencia moderna. Escuchen otro trozo del diálogo, del que les he apartado a ustedes mientras el caballero y yo, a cada cual más amable y más incomprendido, intentábamos todavía ponernos de acuerdo en ciertos hechos básicos. No voy a decirles de quien partió la pregunta. Ni siquiera voy a aprovechar para mover mi dedo acusador hacia la señora del caballero con el que departía, que tuvo en su mano varios momentos para evitar, con una palabra cualquiera que me despertara de mi engaño, la continuación prolijamente narrada de un encuentro fortuito. El caballero ya me ha explicado donde está ahora mismo con el coche aparcado:
– Ah, por lo que me dice usted está en la de BP, contesto yo.
– Sí, donde habíamos quedado antes, afirma él.
– No, perdone, habíamos quedado en la gasolinera del Carrefour. Me lo dijo su señora. En el centro comercial Carrefour. La de BP está más allá.
– Sí, el Pryca, el Carrefour.
Esto casi me enterneció: como yo misma, y como buena parte de la población adulta de esta ciudad, el buen hombre decía todavía a veces Pryca por Carrefour, como quien dice aún duros por euros, aunque el nombre escrito sobre la fachada del macro almacén al que todos vamos a comprar cambiara hace más de tres años.
Habíamos quedado aquí, sí. Sobre este punto estábamos totalmente de acuerdo, pero a partir de él nos costaba avanzar. Todavía tuvimos cuentas de intercambiar lindezas del tipo que “sentíamos mutuamente el trastorno, etc.”…
Mi dedo acusador… No puedo evitarlo, lo muevo ahora que les cuento todo esto, porque tampoco es de recibo que, además de intentar devolver lo hallado a su legítimo propietario, acabara yo quedando por más tonta aún de lo que de natural soy. Vale, yo me podía haber dado cuenta, pero ella con igual razón. Incluso con más. A fin de cuentas (como recordé posteriormente con sumo detalle) hablamos ambas en un momento dado de calles, colegios, iglesias nuevas, nombre de la urbanización donde había encontrado el teléfono desde el que la llamaba, e incluso, aunque a ustedes no se lo narrara por parecerme entonces carecer de importancia, llegara yo a pedirle, cuando intentaba explicarme con prolijos detalles por segunda o tercera vez donde era la calle María Auxiliadora, que no me complicara mucho porque yo no era de… Y sí, señores, le dije con todas las letras el nombre de la ciudad desde la que le hablaba, nombre que no voy a comentarles ahora porque no me parece relevante… Un detalle, como éste de no ser yo del mismo….
Volvamos a la conversación con su caballero esposo, que continuaba con el mismo acento por ambas partes.
– ¿Pero de dónde me llama?…
– De…..
El nombre de una ciudad distinta. Fue tan divertido que no pude evitar reírme. Allí estábamos, en el mismo punto de dos ciudades alejadas unos 300 km en los mapas, moviéndonos pequeñitos (como dirigidos por el hilo de araña azul del móvil que nos comunicaba sin impedir confundirnos, lo cual no es un gran prodigio de comunicación, sin duda) en sendas ciudades que son tan distintas que tienen los mismos hitos iguales… Pobres seres humanos, atávicos hasta el extremo de suponer que una ciudad y otra se diferencian entre sí hasta tal punto que no cabe intercambiarlas funcionalmente al movernos por ellas…
Como dos hormiguitas que finalmente se entienden, mi interlocutor (que así se llama con toda propiedad a la persona con la que departes cuando nada o poco más sabes de ella) y yo misma, a través del teléfono o simplemente a través del espacio, cruzamos ansiosamente nuestras antenas, refrotándonos encantadas de la transmisión de información finalmente efectiva. Continuamos pues la conversación, no sin haberme permitido yo una larga serie de buenos “bueno, bueno, bueno, bueno…”, entrecortados por ruiditos guturales de risa, que sin duda ayudaron a relajar igualmente a quien me hablaba aún por el móvil azul, mientras mis piernas ya se encaminaban automáticamente hacia las escaleras que me permitirían, finalmente, abandonar el complejo complejo (complejo, que así se califica cosas como este compuesto de centro comercial, aparcamiento, hamburguesería, parque infantil y estación de servicio), aleluya, en la noche incipiente.
Aclarado el engaño, se dio cuenta mi todavía interlocutor de que el móvil que conmigo se movía podía, efectivamente, pertenecer (o no, porque a estas alturas el buen hombre ya dudaba de todo) a un hijo suyo instalado en la ciudad donde yo misma resido. Hijo y al parecer profesional de pro, cosa que deduje porque conozco el edificio donde (según alegremente me informó en plena distensión post resolución de conflicto) tiene despacho abierto ése de sus descendientes, y se da generalmente por supuesto en esta ciudad, la mía, que los allí ubicados son de lo mejorcito. Como no hace al cuento, les ahorro más detalles, aunque ahora sé que en el chalet que les describía al principio, no lejano de mi propio domicilio, el páter familias posee también una extensa finca en mi comunidad autónoma, finca sita al lado de un parque natural, donde practica los fines de semana y otras fiestas de guardar la caza de montería. Y ya que se iba a ir allí mañana sábado a primera hora, y como a fin de cuentas el chalet, aunque estuviera cerrado cuando volví a pasar por delante, no cae tan a trasmano, he parado allí una vez más a devolver el dichoso aparatito esta noche, después de cenar, cuando salíamos a un concierto mi cónyuge y yo misma, discutiendo amablemente acerca de ya no recuerdo qué. Sonó la respuesta en el telefonillo sin que casi la apercibiera:
– ¿Quién es?…
– Si, mire, es por un teléfono móvil que he encontrado aquí abajo. Creo que es de alguien de esta casa.
Espero de verdad que el chavalito rubio se alegrara de recuperarlo. Estuve a punto de decirle que llamara a sus abuelos más a menudo, a ver si estos se enteraban de que su nieto tenía un móvil azul donde ponía abuelos mov después de la recomendación para llamar a puny, pero no me pareció de buen gusto.
Eso sí, por si acaso a él le importaba que tocaran sus cosas, le confirmé que era ése el único y solo número en que había enredado.

Ana Baliñas, 2004

FICCIO E HIPOCRESIA


Cesc Gay, cineasta, cuarto largometraje: «Ficció» es su título. Se lamenta en los medios de que se ha visto obligado a doblar la película al castellano para su exhibición a nivel estatal. Sin complejos, acata que venía impuesto así en su contrato y que aunque le “jode”, ha tenido que asumirlo. Sin más explicaciones. Imaginémoslas, pues. Pues no haber asumido semejante cláusula si es que le disgustaba. Tan fácil como esto.
Es la típica actitud de los cineastas de este país, con alguna excepción, por lo general ya difunta. Son capaces de ceder prácticamente en todo y ante todos y encima intentan -y consiguen- salvar la cara haciendo declaraciones autoexculpatorias . Extirpan el espíritu de su obra para poder usar con más facilidad su piel desollada y encima aparecen como malditos.
Son patéticos. Como parte de la promoción de «Ficció», Gay declara al diario «El País» -que aún acoge en sus púlpitos para gilipollas a personajes como Diego Galán, que llego a pedirle dinero a un servidor hace 23 años para concederle una entrevista…para una práctica de la facultad de periodismo- que las instituciones públicas no ayudan a la financiación de su cine, y de ningún otro por lo demás, y que esto, más o menos, viene a ser una leyenda. En el cartel y los créditos -que no en la web- de su filme aparecen TV3,Televisió de Catalunya,TVE, ICAA, ICO, Generalitat de Catalunya, Catalán Film y TV y Media Europa, todos ellos organismos públicos.Además de las productoras Filmax y Messidor, dos de las principales beneficiarias de fondos públicos en subvenciones anticipadas en las últimas décadas.
Gay, como todos los que exhiben en el escaparate del vergonzoso comercio de la cultura en este Estado, y sin carecer de talento para hacer películas, lo cual sí es novedoso, duerme a pierna suelta, ajeno al castigo que su arrodillarse, su sumisión pagada con trofeos, propicia en tantos auténticos creadores que no pasan por el aro. Y cuya vida no es ficción, precisamente, como aquella en la que vive Gay

EROSION

«Con semejante izquierda, la derecha es un mal menor. Por lo menos se sabe lo que quiere y no engaña a sus votantes.»
Son palabras del profesor Santos Domínguez en su blog, referidas a la nueva actuación erosiva del caudillo saliente, llamando al orden a sus filas en beneficio de la especulación, la componenda y el abuso que día a día gobiernan entre nosotros. Me llama la atención la inocencia de esta persona de relieve y talento que, como tantas otras, a buen seguro habrían podido descubrir, y sin demasiada iluminación, algunos síntomas de que en Extremadura no ha cambiado absolutamente nada en cuanto al ansía tirana de una casta política mediocre, repleta de incompetentes, envidiosa de la histórica oligarquía cazadora a la que acompañan sin reservas con los mohínes del tiralevitas que siente el poder como algo que se le acurruca bajo la cintura. Los mecanismos de control sobre la Extremadura actual rayan en lo paranoico, y la buena salud del vasallaje es nuestra derrota.

En esta tierra –conocida como “el cortijo”- parece que una sabia disposición de la providencia –del dueño de la viña del señor- ha procurado que algunos seres humanos estén recluidos entre cuatro paredes, en un círculo de acción de pobrísima estrechez, donde sus luces, desde la celda, no brillan sino con llama inofensiva, justo lo necesario para hacerles reconocer su prisión. En libertad, aquellas luces abrasarían como un volcán y incendiarían cuanto les rodease.
Metafóricamente hablando. Porque nadie sino quién provee desde las alturas desea la muerte a 901 personas sin remordimientos, sin detenerse a pensar, pagando en hombres como otros lo hacen en monedas. ¿En sus manos estaremos hasta que tengamos la calavera pelada, adormecidos sobre los taburetes?.
Hablemos pues. El trabajo no peligra

LA CANCION OSCURA

Hoy toca hundirse en caramelos
para el corazón,
dejar bien fuera la nariz
por si te diera por vivir.

Hoy toca echar la cortinita por la cara,
demostrarles a las sillas
que soy capaz de alzarme en la batalla.

Hoy toca ir vestidita
de domingo con lunares
por donde se ventila
lo que queda de la sangre.

Hoy toca dar las manos limpias
hasta a la guitarra,
dejar que suene fría
como mis huellas en tu cara.

Hoy toca ya cantar
la serenata de las penas,
amamantar paredes,
patalear aceras.

Hoy toca ir vestidita
de domingo con lunares
por donde voy perdiendo
lo que queda de la sangre.

Hoy toca ya cantar
la serenata de la espera,
dormir entre la nieve,
odiar la nueva primavera.

Hoy toca que nos siente
bien el color de la pena,
papillas con arroz
y tropezones en tu honor.

Hoy toca ir vestidita
de domingo con lunares
por donde se ventila
lo que queda de la sangre

Hoy toca ir vestidita
de domingo con lunares
por donde voy perdiendo
lo que queda de la sangre.

Letra y música: Nuria Huélamo

Cuando escucho esta canción veo a gentes al ralentí, inmóviles sobre las gradas. Y me recuerda al oído que todo esto a nuestro derredor es una frontera provisional y que hay muchas otras personas que incluso antes de que salga el sol ya brillan por sí mismas, con un mecanismo secreto que no me canso de envidiar

Más vale ciento volando…

http://personal.telefonica.terra.es/web/nosfe/CV-index00.htm