LAS PESADILLAS NO SON SUEÑOS

Amplia reseña de «Mientras el aire es nuestro», titulada «Las pesadillas no son sueños» publicada por Octavio Fraga en http://cinereverso.blogspot.com/2008/04/las-pesadillas-no-son-sueos.html


«‘La otra mirada’ acoge un nuevo documental que requiere toda nuestra atención. Las alarmas sobre el cambio climático, motivadas por emanaciones de gases tóxicos a la atmósfera –considerada la primera causa de la “silenciosa destrucción” de nuestro planeta- es asunto de «Mientras el aire es nuestro», del
 realizador español  José Camello Manzano. Texto fílmico de un desbordado análisis y agudas ideas, que no solo reclaman respuestas. Desde la ética y el rigor científico propone soluciones.



Cuando se presentó ante los medios de comunicación y el público el documental «Una verdad incómoda», del realizador Davis Guggenheim, las lecturas cinematográficas, científicas y de la geopolítica se enfocaron en tópicos que fueron servidos en bandeja de polémica.

Lo más sobresaliente fue cuestionar si Al Gore –protagonista de esta obra- era éticamente el adecuado para participar en esta puesta cinematográfica y dar lecciones al mundo sobre los peligros que corre el planeta. Su responsabilidad política como vicepresidente –con Bill Clinton– del gobierno de los Estados Unidos, nación que sigue ostentando la medalla de oro “en las olimpiadas de los más contaminantes del planeta”, resulta un asunto a tener en cuenta.
El segundo cuestionamiento –desmenuzado hasta la saciedad- es sobre la exactitud de los datos aportados por el texto fílmico, lo cual resulta irrelevante y es que, desde mi punto de vista, la ciencia se pronuncia en base a pronósticos. Sin embargo, revisando más de una veintena de artículos sobre el documental, evidencian consenso sobre los peligros que encara la humanidad si no se asume una radical estrategia y un cambio global del comportamiento humano.

Los expertos consultados que se citan en estos trabajos coinciden en señalar un 85% de veracidad en cuanto a los aportes que hace esta obra documental, lo cual resulta relevante. Una verdad incómoda ha logrado ser recurrente en los medios de comunicación, en instituciones académicas, científicas y comidilla en salidas para un café después de media jornada laboral. Los dos premios Oscar (mejor documental y mejor canción) la sacralizaron, como todo lo que entrega la Academia, desempolvando de manera indirecta la vieja controversia sobre el papel del arte en la sociedad.

Esta pieza cinematográfica me conduce a otros análisis previos para llegar al descubrimiento de Mientras el aire es nuestro, (2007), excelente film del realizador español José Camello Manzano. El revuelo mediático de «Una verdad…» devela algunas interrogantes que surgen de manera cíclica en la globalización en la que estamos inmersos. ¿Debemos estar dispuestos a seguir con una actitud pasiva ante una realidad donde la existencia de la raza humana y el planeta están en peligro? ¿Quiénes son los responsables de la permanencia y proliferación de acciones que atentan contra el planeta? ¿La solución se desmenuza desde lo local o desde lo universal? La lista de preguntas sería interminable; incorporo solo estas tres para dar algunas pistas del futuro de este texto.

Estas y otras interrogantes tienen respuesta desde heterogéneas aristas. En parte nos la da el poeta Antonio Machado cuando sentencia: “Una cosa terrible tiene el aumento de la cultura por especialización de la ciencia: que nadie sabe ya lo que se sabe, aunque sepamos todos que de todo hay quien sabe”. La vigencia de esta declaración entronca en que la mayoría de las noticias sobre la ciencia son imprecisas, no tanto por los hechos, sino por el tono, por el enfoque o por el contexto. La responsabilidad de los medios de comunicación en ser motores de comportamiento de las actitudes sociales ante problemáticas tan diversas e inaplazables como esta, es mirada de permanente análisis y cuestionamiento.

Estos enriquecedores asuntos duermen en las bambalinas de congresos y espacios académicos ideales para “llorar nuestras limitaciones e incapacidades”. Las publicaciones periódicas y libros de corte científico que salen a la luz reciben el silencio programado de los que tienen la responsabilidad de asumir el rol de promoverlo, dando espacio preferencial a un estudiado público ávido de ligeras propuestas.

Como “valor añadido” este asunto de índole sociológico descansa en la tesis de que los medios de comunicación ensalzan pasiones en torno a banales figuras y argumentos que sospechosamente hacen desviar nuestra atención de los problemas fundamentales del planeta. La educación de niños y adolescentes en torno a los más acuciantes trastornos del medio ambiente tiene punto de atención en algunos países, donde constituye asignatura obligatoria u opcional en las escuelas de nivel primario y secundario, pero las acciones irresponsables persisten.


La esencia de este tejido descansa en que la razón, palabra clave de la racionalidad, avanza con tibia lentitud y con ramificados destinos; la pasión obra al instante. Esta verdad como templo es la Biblia de los grandes medios de comunicación, que favorecen la estupidez humana y la información imparcial, tendenciosa e incompleta, sin que pretenda caer en afirmaciones absolutistas y generalizadoras.

Pero las problemáticas de la sociedad contemporánea no solo pasan por soluciones sociales y culturales como esta: educar e informar sobre los asuntos más relevantes del planeta. Lo singular de cada región o comunidad debe ser punto de mira de la llamada “sociedad civil”.
Esa es la virtud de Mientras el aire es nuestro, documental que trata un capital asunto dentro de la tonalidad de problemáticas de los trastornos que ya padece el planeta tierra: la puesta en marcha de una refinería y su naturaleza contaminante.

Prefiero darle voz a los realizadores en la sinopsis que presume esta obra: “Existe la certeza de que los combustibles fósiles como el petróleo están llegando a su fin, lo que obliga a diversificar las fuentes y a poner en cuestión las necesidades reales de energía de una sociedad voraz. No habrá más remedio que cambiar y emplear energías renovables que no se agoten, no supongan peligro y no contaminen, capaces de satisfacer un consumo verdaderamente responsable. Algunas personas, muchas, cierran los ojos ante el sentido común desde sus torres de marfil acristaladas de poder, para mantener sus privilegios y los de las grandes fortunas. Por ello aún hoy, el proyecto más turbio de una de las empresas más contaminantes de Europa cuenta con el apoyo institucional y empresarial para instalar una refinería en Extremadura, el propósito más tóxico y contradictorio en los últimos 40 años en el estado español”.

Con este pie forzado me tomo la encomienda de desgranar esta obra documental. Con una introducción icónico-narrativa, se nos irá acercando a elementos visuales de una secuencia fotográfica de pocos planos: el surtidor de una gasolinera y todo el proceso cronológico de esta acción rutinaria acompañada por la voz en off de Antón Cancelas, pieza conductora en la compresión de este texto fílmico durante todo su recorrido, que se justifica por una razón obvia: el lenguaje verbal es una apropiada herramienta de simbolización en el ordenamiento de las ideas, que contribuye a socializar el pensamiento.

Los recursos expresivos por los que se hace “acompañar” el director para legitimar su punto de vista son: la entrevista en la modalidad individual y grupal, imágenes en escenarios exteriores e interiores asociadas a la temática abordada, y elementos gráficos que juegan el papel de apuntar ideas. En la entrevista, el director apuesta por ejercer el supuesto rol de dar la palabra, cuando en realidad la está tomando. Este no es un asunto como para acomplejarse y es que no creo en la imparcialidad objetiva, apuesto por la mirada personal y la estructuración discursiva del realizador.

Con la utilización de esta recurrente técnica del cine documental, José Camello le da voz a un grupo de personas legitimadas para emitir criterios de rigor científico y ético sobre la intención de la Junta de Extremadura de construir una refinería en Tierra de Barros. Este es el punto de conflicto, el elemento que da un toque de confrontación de opiniones, pero también de búsquedas de opciones o alternativas ante una idea que resulta cuestionable.
En la nómina de participantes, cabe señalar algunos de estos actores sociales del documental: Pedro Costa (ingeniero y sociólogo, consultor de la ONU para medio ambiente), David Cabo, (consultor de bioclimatismo y energías renovables), Julia García (doctora anatomopatóloga), Raquel Ñeco (portavoz del grupo ecologista Acción Verdemar, de Campo de Gibraltar). Se suman a la lista miembros de la Plataforma Ciudadana Refinería No.
Es importante señalar el valor de estos interlocutores, quienes aportan sustanciales argumentos que hacen estremecer la legitimidad de instalar un engendro de esta naturaleza. El orden que concibe el realizador contribuye no solo al esclarecimiento de los riesgos medioambientales, de salud humana y las consecuencias que tiene para la sociedad extremeña. En la medida que avanza esta suerte de gran de secuencia se fortalece la suma de los argumentos, uno de los pilares de Mientras el aire es nuestro. La desmenuzada explicación de cada uno de los interlocutores, quienes desde sus especialidades aportan datos, contribuye de manera inteligente a que el espectador no se distraiga del impacto informativo de lo que nos están contando.

En esta gran dosis de secuencias-argumentos, la entrevista se hace acompañar de la voz en off que se traduce en punto de vista. Con la misma cortesía vuelve a darles espacio a estos y otros protagonistas que apuntan sobre una intencionalidad que puede ser demoledora si se materializa.

Desde el análisis cinematográfico cabe la tesis del profesor Salvador Rubio, quien en un artículo titulado “¿Existe una emocionalidad específicamente documental?” nos aporta conceptos que entroncan con esta obra y su realizador. De este trabajo en particular me llamó la atención una idea que desarrolla de la siguiente manera: “… implicación emotiva del realizador y narrador (y por ende, del espectador que recorre con él su trayecto) no abunda en un manierismo del documental o en una extensión de sus modalidades, sino en una profundización de su esencia más propia”.


En esta pieza cinematográfica, por su naturaleza de denuncia, el rasgo emotivo del director se expresa claramente en el discurso paralelo entre la voz en off del narrador y, por resultante, diálogo en matriz de monólogo. Se juzga y se comenta; se juzga a las empresas implicadas en esta absurda intencionalidad que se vende como sentido de prosperidad y se comenta desde la aportación de datos, estadísticas, experiencias anteriores sobre similares acciones que buscan reforzar los planteamientos de mayor peso. El realizador da la palabra, pero también la toma.

En el documental solemos asistir a universos reales, que son fragmentados, seleccionados y organizados por el equipo creativo que participa en la puesta fílmica. Por esta vez, vamos a cabrearnos con datos demoledores, a descubrir vivencias que han sido fragmentadas, que cuando se suman constituyen recursos de estremecimiento, de sabia llamada de alerta ante el peligro de la obstinación por intereses que van más allá de bien social. El ropaje de este asunto es de otra naturaleza: el de llenar arcas de dinero para el goce mezquino de unos pocos. En esta postura cae en la mirilla de «Mientras el aire es nuestro» la principal empresa beneficiaria: Grupo Alfonso Gallardo, otras instituciones bancarias como BBVA y Caja Madrid, y empresas del mundo del gas y las inversiones petroleras que participan en la fiesta del calvario: Repsol YPF, Gas Natural, Iberdrola, Endesa, por solo citar algunas. En este corte informativo con claro perfil periodístico, la grafica como elementos aleatorios de su discurso sirve de clave para cerrar el entendimiento del asunto que le asiste a la obra.

Quiero volver a los entrevistados, y es esencial el argumento de David Cabo (consultor de bioclimatismo y energías renovables) por el hecho de aportar razones desde la perspectiva de otras opciones que son legítimas de cara al discurso universal de salvar el planeta. Mientras el aire es nuestro no articula un discurso desde la catarsis y la crítica por la crítica: tiene el mérito de sugerir y aportar alternativas, representado por este actor social.

Otros argumentos sustanciales, como los de Julia García (doctora anatomopatóloga) nos harán “reconocer” el pacto a la veracidad, como señalaba en afirmativo Aida Vallejo, de la Universidad Autónoma de Madrid, en su artículo “La estética (ir)realista. Paradojas de la representación documental”, que cito: “Al ver el documental el espectador no trata de ‘fingir que cree la historia’ sino que le asigna un valor de realidad a lo que ocurre ante la cámara. La clave principal para establecer el pacto de veracidad en el documental es su indización, que actúa como mediadora entre el filme y el espectador”. Esta idea la utilizo para motivar al lector a descubrir los argumentos que esta científica nos aporta; no solo argumentos, datos verificables con acento de preocupación.

Me gusta pensar en el espectador asumiendo que verá esta obra y sin posibilidades de equívocos experimentará emociones vinculadas directamente a la aseveración de que los estados de cosas representados en la obra son reales. El valor afirmativo de la realidad social “tal como es” nunca es completo, no se representa de modo exacto e imparcial. Aunque lo reflexivo participa en esta obra, lo urgente a decir acerca del tema justifica cualquier trasbordo de mirada desde la estética.

Desde la semiótica prefiero apuntar: los iconos no solo son las imágenes y el sonido, habrá que incorporar para una mejor lectura del filme las valoraciones, los argumentos, el sobrio recurso expresivo que son auténticas presentaciones de obra.

Cierro este texto con una apropiación hipertextual del propio documental, que se despide con una nota: “El Grupo Gallardo, Fomento de Extremadura y la propia Junta de Extremadura declinaron la invitación a participar en este documental por medio de sus portavoces o representantes”.

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